250.000 kilómetros de emociones. 85 años de la Vuelta Ciclista a España
23 OCTUBRE 2020. Celebramos estos días la 75ª Vuelta Ciclista España, que cumple 85 años desde su primera edición, que tuvo lugat el 29 de abril de 1935. Un campeonato estrella que ha sufrido múltiples altibajos, pero que ha permanecido vigente con el paso de los años. Tan sólo la Guerra Civil Española y la II Guerra Mundial pudieron frenar el ritmo de sus pedaladas y silenciar los gritos emocionados de un público entregado que esperaba con entusiasmo a los corredores.
La Vuelta Ciclista a España fue idea de Clemente López Dóriga, que soñó con crear una competición dentro de nuestro territorio similar al Giro de Italia y al Tour de Francia. Después de organizar varias carreras, convenció a Juan Pujol, director del diario 'Informaciones' para la creación de la Vuelta a España.
Los fondos fotográficos de la Comunidad de Madrid atesoran miles de imágenes de este campeonato que reunía a la familia frente al televisor, disfrutando de los avances del escapado, que adelantaba al pelotón con energía inusitada. Fotografías de la primera y segunda Vueltas Ciclistas a España y de diferentes años posteriores, que nos ofrecen los mejores momentos de la competición: la salida y la llegada a meta, los patrocinadores, los lugares por los que transcurría la carrera, los trofeos y, sobre todo, a los protagonistas indiscutibles, los corredores. Encontramos a un jovencísimo Gustaaf Deloor, campeón de las dos primeras ediciones; a Mariano Cañardo, segundo clasificado en la vuelta de 1935; y a Eduardo Molinar, ganador ese mismo año del premio de la montaña. También, a los grandes líderes de citas posteriores, como: Julián Berrendero, ganador de la vuelta de 1941; Delio Rodríguez, primero en 1945; Dalmacio Langarica, vencedor en 1946; o Jesús Loroño, ganador de 1957.
Y, junto a las imágenes de la prueba reina, también hemos querido recordar otras importantes competiciones del ciclismo profesional, como la Vuelta de los Puertos, que se disputaba en la Sierra de Guadarrama con un único día de duración. También, otras pruebas celebradas en diferentes ciudades o pueblos de España como ‘Los Seis Días Ciclistas de Madrid’, que tuvo lugar entre los años 1959 y 1970, en el Palacio de los Deportes.
Tampoco hemos podido escapar de la tentación de mostrar otras muchas imágenes en las que el denominador común es la bicicleta, bien como deporte de aficionados o como elemento del ocio en familia. Fotografías de los primeros años del siglo XX que nos muestran niños y jóvenes con sus primeras bicicletas, instantáneas de los más pequeños de la casa en triciclo paseando con sus padres por los parques de Madrid, pandillas divertidas que disfrutan juntos sobre sus vehículos de dos ruedas, turistas extranjeros que recorren en bici la capital, o divertidos participantes del ‘Día de la Bicicleta’.
Y, entre ellas, otras que nos muestran todo un abanico de situaciones y personajes sorprendentes, como el ciclista volador o el que monta en bicicleta con los ojos vendados. También, el concurso femenino ‘Elegancia en bicicleta’, impensable en nuestros días, que se celebró en el Parque de El Retiro reuniendo a un nutrido elenco de bellas señoritas perfectamente ataviadas para la ocasión.
Oficios de antaño. Testigos de una sociedad perdida
18 SEPTIEMBRE 2020. Sin duda, gran parte de las imágenes que más interés despiertan de los fondos fotográficos y colecciones custodiados en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid son aquellas que nos muestran esos oficios de antaño que forman parte del retrato costumbrista de una sociedad perdida y constituyen el símbolo de una época que se mira con nostalgia, aunque no siempre cualquier tiempo pasado fue mejor.
Muchas de estas profesiones se han perdido, otras han evolucionado tanto que apenas si tienen nada que ver con sus orígenes y, en ocasiones, una buena parte de ellas ni siquiera pueden ser consideradas como oficios en sí mismos, pues sólo eran formas de ganarse un duro y contribuir a la economía familiar. Profesiones extinguidas, muy humildes, algunas casi marginales, como la de trapero. Su reino era el del desperdicio y la recuperación y, sin ellos, las ciudades españolas no habrían podido recoger ni procesar las basuras que producían.
Un buen número de estos oficios u ocupaciones eran llevados a cabo por personas o familias trashumantes que viajaban de pueblo en pueblo, o de barrio en barrio, ofreciendo su trabajo. Oficios de otros tiempos, del hambre y la miseria, que forman parte de nuestra memoria y que parecen condenados al baúl de los recuerdos. Algunos eran muy apreciados por su habilidad, como los lañadores que, de forma artesanal, arreglaban recipientes y cacharros rotos cuando nada se tiraba.
Y, junto a éstos, formando parte del paisaje urbano, los afiladores, anunciando su presencia con una melodía característica que surgía de una pequeña flauta, la zampoña, hecha de cañas o plástico. Curiosamente, estos afiladores solían ser gallegos, al igual que los serenos, otra profesión perdida cuyo nombre proviene de la expresión que repetían cada hora en su ronda: “Las doce en punto y sereno”, haciendo referencia a que todo estaba en orden.
Los serenos formaban la guardia de noche en las ciudades de España, aunque los que se hicieron más populares, tal vez por el cine, fueron los de Madrid. Otro de los motivos que contribuyeron a su aparición fue el hecho de que las llaves de los portales eran demasiado aparatosas para que los vecinos las llevaran encima y era el sereno quien se encargaba de abrirles la puerta.
Los carboneros, en cambio, solían ser asturianos y atendieron una enorme demanda cubriendo las necesidades vitales de una población que cocinaba y se calentaba con hulla en unos hogares donde se pasaba mucho frío. En nuestros días, son pocas las carbonerías que sobreviven. Se han especializado en surtir de carbón de encina a barbacoas, pero también a algún brasero que aún se usa en algunos pueblos, sobre todo de Andalucía.
Y junto a limpiabotas, lañadores, afiladores y otros oficios instalados en la calle, las aceras estaban repletas de personas que, al igual que hoy lo hacen los manteros, intentaban sacarse un duro para sobrevivir. Gentes muy humildes, obligadas a ejercer el comercio menudo, de poca monta. Normalmente, el género que vendían provenía del estraperlo, como se denominaba entonces al contrabando a pequeña y gran escala. De este modo, los lugares de mayor afluencia de público se convirtieron en bulliciosos mercadillos al aire libre donde se vendía de todo.
Ancianos y niños también aportaban su granito de arena a la economía familiar. Pequeños ejerciendo de limpiabotas en la vía pública, vendiendo barquillos en el Parque del Retiro, ayudando a sus familias en comercios o hijos de traperos escarbando en la inmundicia al encuentro de los últimos restos que pudieran ser de alguna utilidad. Abuelas con pequeños tenderetes, muchas veces improvisados con cartones, cestas o cajones ofreciendo golosinas, pipas, tabaco o flores, vendiendo castañas o apostadas en una fuente pública como aguadoras.
Este recorrido nos muestra también imágenes de una sociedad en que las mujeres eran una pieza importante de la economía familiar. Además de costureras, planchadoras, lavanderas, dependientas o empleadas del servicio doméstico, encontramos a mujeres artesanas, limpiabotas, cargando cajas, acomodadoras de cine, relojeras, cobradoras en los transportes públicos, o incluso ‘albañilas’. También, a mujeres que se incorporan a puestos de trabajo denominados modernos como mecanógrafas, estenotipistas, taquígrafas, telefonistas, telegrafistas, o montadoras de películas.